martes, 18 de marzo de 2008

Los hilos de "El Rastro"


M. Martínez Forega

El debate sigue vivo: ¿moscas exactas o moscas de conjunto?, ¿realismo o impresionismo? ¿insecto fingidor, como Pessoa afirmaba que eran los poetas, o zarrapastro?, ¿analogía o semejanza? Como un marrajo tirando tornillazos he arremetido contra la superespecialización pueril del pescador petulante sin que chicuelinas, quiebros en banderillas, verónicas o quites en los medios hayan mellado (aún) mi estrabismo taurómaco (y no soy, claro es, Jean-Paul Sartre, que algo podría haber dicho sobre eso del fingir mirando, ni Baltasar Gracián, que dijo ―y mucho― sobre el particular). Pero «a lo que íbamos» ―como Ortega y Gasset gustaba decir―: el fingidor necesita una superación de sí mismo que debe ir más allá incluso de su propia voluntad si no quiere ser pillado en su cojera y en su ceguera. Digo esto porque la mosca fingida representa un admirable trabajo no ya artesanal, sino artístico incluso, y me confieso profundo y sincero admirador de esos artistas capaces de elevar a tal categoría su habilidad con materiales que tantas veces superan con creces los dictados del convencionalismo y fabrican en el tornillo réplicas tan hermosas y en el agua tan efectivas. Pero la experiencia me ha demostrado, hasta ahora, al menos, que tales modelos no son ni más ni menos eficaces que los otros, los «desclasados». Y lo que no soporto no es el rap (como canta Sabina rapeando), sino a aquellos que dictan por su boca sentencias del tipo «con esa mosca no tienes nada que hacer» o, «si quieres pescar aquí, has de poner ésta, ésa o aquélla» (y te muestran unas cajas esplendorosas en las que no cabe ni un «chochín»). No voy a insistir en los proverbios que en cada río imperan como axiomas perfectamente reconocibles cuando uno se llega hasta ellos, ni de sus especificidades entomológicas, tan evidentes. Sin embargo, sí quiero decir que lo obvio resulta ser, pese a quien pese, la excepción. Afortunadamente, la pesca no es ninguna ciencia exacta, y quien ―como yo, con afán voluntarista e ingenuo― se haya molestado en elaborar estadísticas durante algunos años asignando parámetros climatológicos, estacionales, picos de actividad, presiones, temperaturas… habrá llegado a concluir lo mismo: llevados todos esos factores a una gráfica lineal, no es posible extraer ninguna tendencia; la línea aparece como el filo de una sierra, repleta de dientes y hendiduras. ¡Pues menos mal! Así que aquellas sentencias engreídas (pronunciadas con la deducible mejor intención) caen por su propio peso. Los matices que provienen de las múltiples conversaciones con los colegas en los ríos, en las tabernas o en los encuentros amistosos abundan en este criterio de anormalidad en el comportamiento biológico de la trucha, lo cual presume y explicita el atractivo de su pesca. Y lo que es más cierto aún, repito: lo normal es, precisamente, lo anormal; la excepción es la pauta. Sugerir, no dictar; asesorar, no aseverar es lo que remite a la inteligencia en ambas superficies: en la del río y en la cortical. Pues se sabe que muchos de los defensores a ultranza de la exactitud de los modelos llevan aquellas frases colgadas como tijericas y te las arrojan a los ojos con una suficiencia absolutamente baladí.
He fabricado moscas con excepcionales resultados tanto en los ríos pirenaicos como en los de la Sierra de Molina, y en el Tajo, y en el Pitarque y el Guadalope en Teruel, y ninguna de ellas respondía a la analogía de sus originales; eran moscas, así, a secas; tal vez semejaran pontamántidas, o cualquiera de las subespecies conocidas de ephemerópteros o de tricópteros, o quién sabe, algún menoscabado díptero de los guanos. En su elaboración no he empleado ninguna seda Gütermann, sino hilos de costura de tonos convencionales para estos casos adquiridos en «El Rastro» de Zaragoza (diez bobinas de mil metros por 1 €); las he hecho flotar o sumergirse, según las circunstancias, a base de todo. ¿Por qué un monstruo que no se parece a nada (ni siquiera a una «fantástica») pesca con la misma eficacia en julio en La Vallée de l’Aspe y en el Alto Gállego como en septiembre en Peralejos? Y digo que «p-e-s-c-a» con todas las letras; es decir, que lo hace «al agua» y en las cebadas; nada de una subida esporádica o azarosa; antes al contrario, la toma es absolutamente natural, frecuente, pausada, con dinámica regular en aguas calmas. Y tantas veces lo he comprobado así que no puedo por más que dejar constancia escrita de este fenómeno que la lógica de la pesca (mientras no acentuemos con más veraz conciencia su ilógica) señalaría como anómalo. Éste y otros cuantos montajes se han comportado de manera semejante y en diversas fisonomías y condiciones, con lo cual cabe pensar que las anomalías comunes de todo pescador conocidas, esas que tantas veces ponen en duda nuestra pericia, o extienden un manto de incredulidad sobre nuestras certezas, las que desmienten la pauta biológica o estacional de la trucha; las anomalías, en fin, que hemos recogido y vamos recogiendo en la talega de nuestra experiencia, se hacen un nudo, se enreligan en bucles y vicios rizosos y atentan contra la estabilidad de nuestras convicciones. A esos irregulares discursos pertenece el ataque de la trucha a una «cosa» que la atrae asiduamente (y es éste el adverbio distintivo fundamental) sin mosquearla.
Espero que no se avance más de lo que se ha hecho respecto al estudio de la morfología óptica de la trucha, ni en el resto de sus aspectos ortofuncionales y podamos así seguir gozando, con aquellos insectos heterodoxos, de capturas sorprendentes fruto de una suerte de inventiva que, como modesta pátina de divinidad, tiñe nuestra iniciativa creadora. ¿Cabe mayor satisfacción?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cierto amigo Manuel, soy Emilio alguna vez hemos coincidido en la Pura, mucha temeridad demuestran aquellos que aseveran que esa mosca "no está bien montada o has utilizado colores demasiado oscuros o claros", ¿acaso tienen en cuenta la luminosidad del día u otros parametros? La mosca con mosca es la busqueda infructuosa del maná donde lo elemental a veces se convierte en incomprensible y la logica desaparece y aparece como el Guadiana. Saludos y buena pesca.

Lasmoscasdepaco dijo...

Amigo Manuel.
Una vez mas me expreso en tu blog en el cual encuantro mas sustancia que en la sopa de un buen cocido madrileño.
Yo, que soy montador artesano de moscas y que al cabo del año disfrazo mas de cinco mil anzuelos con sedas, plumas y pelos, tengo que darte la razon.
Yo confecciono cientos de modelos diferentes y en todos ellos busco la ambivalencia de que mis moscas pesquen truchas y pescadores al unisono.
Pero, cuando a pie de rio la gente me dice que muestre mi caja de moscas para pescar, se quedan asombrados de la minima cantidad de modelos y de la sencillez de ellos que llevo.
No soy de aquellos que dicen que con media docena de modelos de moscas pescan toda la temporada, pero si de los que no utilizan muchos mas de dos docenas de ellos y, dentro de estos, los modelos basicos, los "de siempre", los "de toda la vida" son los que mayor espacio ocupan.
Un afectuoso saludo