martes, 18 de marzo de 2008

La movida del Alto Tajo en Peralejos de las Truchas

M. Martínez Forega

Junio de 1969: Un niño de doce años “trinca” una trucha de 3 kgs. en el “Pozo de los Carbones” (esa zona forma parte hoy del coto “con muerte” en Peralejos de las Truchas). Julio de 1974: un colega captura en “Las Juntas” once truchas que, en conjunto, pesan 16 kgs. Mayo de 1978: yo mismo “clavo” una hembra de 3,5 kgs. en el “Puente del Martinete”. Se trata de hechos excepcionales y aislados (o no tan aislados, porque acontecimientos de esta o parecida clase se sucedían con alguna frecuencia); pero se trata, sobre todo, de hechos contrastables, tres sucesos que, aun conteniendo la hipérbole que los asemejaría a los relatos comunes propios de un incorregible pescador narcisista (se sabe que la trucha es el único animal que crece después de muerto), son, con todas las letras, CIERTOS. Puedo asegurarlo por cuanto yo mismo asistí como testigo de excepción.
En el año 2002 apareció un libro en torno a las experiencias personales de un grupo de pescadores— asiduos ejercientes en estos parajes del Alto Tajo— titulado Todo es posible en Peralejos (de las Truchas). El autor, seguramente atrapado por su pasado idílico, no dudó al redactar en presente ese epígrafe titular. Yo estaría más bien de acuerdo con que todo era posible en Peralejos de las Truchas. Era posible por lo que cito en el primer párrafo y porque, con los naturales altibajos que todo río sufre, todavía era posible (hasta allá por finales de los ochenta y principios de los noventa), llegarse hasta el Tajo y pasar un día de pesca extraordinario. He pescado el Tajo desde la cabecera del Hozseca hasta Buenafuente durante treinta y cinco años (y sigo haciéndolo, claro: redacto este texto desde una habitación cuya galería da al suroeste, apuntando directamente a la “Tabla del Águila”), así que confío en que el lector dará un mínimo margen de confianza a mis palabras, y lo ampliarán quienes hayan experimentado con alguna frecuencia la pesca en este entorno. Entre éstos cobrará más crédito aún el juicio general, y acertado, que sanciona al Tajo como un río “raro”, un río extravagante, capaz de ofrecer lo mejor y lo peor de sus tesoros. Bastaba ir un día para repudiarlo eternamente, y otro día era suficiente para no olvidarlo jamás. Éste era uno de sus irresistibles atractivos: su comportamiento desconcertante. Era el Tajo un río elegante, aunque, por encima de cualquier otra condición, era, a pesar de todo, un río generoso, profuso en su ofrecimiento, munífico (perdón), como habría dicho engolada pero acertadamente Gerald Brenan (excelentísimo pescador hispanizado). Y sigue, pese a esa gutural tajante que lo parte, conservando su elegancia; no ha perdido ni un ápice de su estilo: pajaritas y pajarillos por doquier; viste terno verde y ocre, a veces salpicados de botones amarillos o rúbeos gemelos, y permanece atento a la correcta disposición ornamental de sus complementos: caballitos del diablo, andarríos, moras, arañeros, té, helechos, nutrias, espigas de David, su perfume vario y seductor... y, cómo no, sus esplendorosas eclosiones semejantes a fuegos artificiales. Sin embargo, se ha convertido en un río tacaño y su fruncido entrecejo muestra su disconformidad con la mala vida que le estamos dando, con los expolios que venimos ejerciendo desde hace algunos años y que siguen sucediéndose sin parar. Le hemos robado incluso lo que guardaba como reserva en el trastero. Bien, es tal vez un símil forzado, pero lo veo así, debería decir que la inmensa mayoría lo vemos así, eso al menos he podido colegir de nuestras conversaciones habituales o espontáneas, de las azarosas o de las sometidas a expresa consulta: “este río ya no es lo que era”; “ya no vuelvo más”; “¡qué lástima!”, “habrá que poner remedio”, etc., etc., etc. Y yo me he propuesto, sin conseguirlo, emularlo con las palabras de Aute: “De alguna manera tendré que olvidarte” (muchos otros ya lo han hecho).
Esta situación es extrapolable a otros muchos ríos españoles, es cierto, pero ¿debemos aceptarlo a
sí, con absoluta naturalidad, como si ello fuera un estadio lógico de su evolución hacia el irremediable deterioro, como si debiéramos admitir el destino de los ríos en su más dramático sentido de fatum, de fatalidad inexorable? Antes al contrario, se trata de algo que nunca debió ocurrir y, si existe todavía la más remota posibilidad de que no suceda en otros territorios, debemos ponernos manos a la obra. Sin ningún pudor ha de afirmarse que un altísimo porcentaje de culpa es atribuible a las Administraciones. El Alto Tajo ha entrado en coma, pero muchos creemos que no es un coma irreversible. Para llegar a esta situación varios factores han intervenido negativamente. Comencemos por decir que se trata de una zona del río exenta de industrias contaminantes y cuyos vertidos domésticos pueden considerarse, a este respecto, despreciables; por consiguiente, hay que acudir a otras causas para explicarla, y, entre ellas, no es menuda la ambigua práctica de la “pesca científica” que para sí guarda la Administración. Como todo el mundo sabe, esta práctica, hoy por hoy, consiste, lisa y llanamente, en electrocutar a las truchas, capturarlas a porrillo y llevárselas a no se sabe dónde (oír, se oye de todo y, cuando el río suena...). Por lo tanto, además de someter a las truchas a tortura (mucho mayor que la que le endilga un anzuelo “muerto” disfrazado de ignita), tiene como “benéfica” y dudosísima finalidad desnudar a un santo para vestir a otro o a otros y, encima, sin contraprestación: el santo desnudo, desnudo queda, para su vergüenza y tiritando. De los verdaderos beneficios de tal estrategia no dudamos si cumple efectiva y eficazmente su objetivo; la impresión, por contra, es bien distinta y andamos con la mosca detrás de la oreja desde hace ya mucho tiempo sencillamente porque se observa un importantísimo descenso de la población de truchas paralelo al progresivo incremento de la “pesca” con electrodos. ¿Dónde van tantísimos reproductores?, ¿cuántos se necesitan?, ¿son sólo reproductores los que se trasladan en las cisternas?; si disponen de la autorización pertinente, ¿por qué se esconden atemorizados los técnicos que llevan a cabo esa tarea?, ¿qué irregularidad, en ese caso, tratan de ocultar? Muchas son las preguntas sin respuesta. Si no es una broma, es una agresión en toda regla bajo patente de corso del Administrador, una redada periódica: ¡Vaya movida! De lo que no tenemos ninguna duda es de que, si el fin y mejor propósito —que compartimos— de la pesca científica consiste en conservar ejemplares fario genéticamente puros y obtener alevines de la misma consecuente pureza, no tiene ningún sentido guardarlos en un acuario por muy científico que éste sea. ¿Por qué, pues, esa descendencia incólume no revierte a su origen, donde alcanzó su cima biogenética, en una suerte de migración aunque sea también científica? ¿O es que tal vez su destino es otros ríos, otras zonas, otros lugares que no se me ocurre citar? Si se llevan además a cabo estudios sobre la densidad de la población truchera (los últimos deben de ser catastróficos), grado de madurez y ciclos de crecimiento, afecciones patológicas, morfología... ¿por qué no se hacen públicos de oficio para tomar buena nota sobre el efecto real de nuestra propia conducta?, ¿por qué, además del de Uña, en Cuenca, no se crea un centro de investigación ictiológica anejo al Parque Natural, dada la trascendencia de esta reserva? La Sociedad de Pescadores “Río Gallo” de Molina de Aragón, con su presidente José Villanueva a la cabeza, viene desde hace tiempo reclamándolo en la localidad de Corduente, que ya dispone de infraestructura mínima para su creación. ¿Qué pasa en el Alto Tajo?, me pregunto, nos preguntamos. Si se trata de estudios científicos, reglados, curriculares, por así decir, ¿por qué no se informa de su metodología, sistemática y resultados a las autoridades de los municipios con intereses en el Parque Natural? ¿Es que son, por analogía, Alto Secreto? Yo creo que, a causa de su enajenación, se les ha ido el salto al cieno.
Otro motivo concluyente es sin dudarlo la preocupante falta de guardería en el río. Nadie vigila. Tanto los cotos como los tramos libres se abandonaron hace años a su suerte, y es bien mala, por cierto. Semejante galvana administrativa propicia la tercera causa determinante: el furtivismo y su paulatino aumento. Fiado el furtivo en la seguridad de que no será sorprendido, su conducta se ha convertido en hábito porque ha perdido el grado de clandestinidad y la carga de inquietud e inseguridad a las que le sometía la presencia disuasoria del guarda, del SEPRONA o de la Guardia Civil; una situación que le viene al furtivo como dedillo al ano. Parece lógico, además, que, por ello mismo, las estrategias del pescador furtivo hayan ganado en frecuencia, perversidad y agresividad, de tal modo que no es raro toparse con restos de “durmientes” en determinadas zonas del río; o con una colección completa de rappalas colgadas de las sargas de las orillas; o con la desaparición, de la noche a la mañana, de una grandiosa trucha que en pleno mes de enero guardaba celosamente su freza en los guijarros de la cola del pozo; o con las linternas de los “hilanderos” nocturnos allá arriba, en la presa del Hozseca o en “Las Juntas”; o con el furtivo mismo, quien, con arrogancia incluso, pasa de ti como de la m... Un pescador que ha pagado su permiso a alto precio encontrará desde luego más que impertinente encontrarse con el intruso o saber (porque llega a saberlo) de las agresiones que sufre el coto al que ha ido con el ingenuo deseo de pasar un buen rato, y echará en falta la vigilancia de ese coto que paga religiosamente por adelantado sin que se le provea de lo elemental. La Administración, no obstante, se lo expide a sabiendas de que no cumple con ese servicio básico, y, además de básico, imperativo. Desde luego no está de más evidenciar la indolencia, la hipocresía y el propósito puramente recaudatorio de la Administración, porque los hechos la denuncian sin paliativos. Durante los años que citaba en el primer e hiperbólico párrafo, el tramo del Tajo que hoy comprende los cotos “sin muerte” y “con muerte” de Peralejos era libre; era libre también la zona de baja montaña, con excepción del “Coto de Zaorejas” (cinco kilómetros aguas arriba desde el “Puente de San Pedro”, que se liberó más tarde para constituir el “Coto de Poveda”); la veda se abría el 19 de marzo para la baja montaña (quince días antes de lo que se hace hoy); durante toda la temporada de alta montaña, desde mayo a septiembre (pero sobre todo en junio), Peralejos era literalmente tomado por los pescadores; estaban permitidas todas las técnicas y todos los cebos, incluso la hueva de salmón; el sentido depredador suplantaba por entonces al puramente deportivo y se permitía la captura de hasta 25 ejemplares cuya medida mínima era 19 cms. Pese a todos estos datos que a muchos les parecerán hoy escandalosos, el río era un auténtico y continuado carnaval de truchas, una olla en permanente hervor: cebadas antológicas, picadas que impulsaban el ánimo hasta el éxtasis: monstruos que te “partían” en un pis-pas para fugarse aturdidos, ataques inverosímiles a la mosca desde veinte metros procedentes de truchas invisibles, capturas heroicas con el agua hasta el cuello. Todo ello conformaba luego un tráfago verbal, cruzado, entusiasta que se vertía en los comedores de “Casa Pura” o en la “Fonda de Fidel”, o en la “Pensión De Segura”. La fama del paraíso truchero peralejense no era, pues, gratuita, y además era cierta y comprobable. Pero, ¡voilà!: entonces no se practicaba la “pesca científica” y había cinco guardas (Eleuterio y Emilio en Peralejos; Ricardo en Molina; Pedro y Valeriano en Zaorejas y Antonio en Poveda), y en cualquier momento podías encontrarte con los agentes de la Guardia Civil o del antiguo I.C.O.N.A. Entre todos se distribuían la vigilancia del río desde Zaorejas (diez kilómetros aguas abajo desde el “Puente San Pedro”) hasta “La Herrería” (catorce kilómetros aguas arriba desde Peralejos); estamos hablando de más de 50 kms. de río Tajo, a los que había que añadir los correspondientes a los ríos Gallo, Cabrillas, Bullones y Arandilla. Cumplían su tarea con una exhaustividad y esfuerzo modélicos. Claro que había furtivos, pero los pillaban.
Y he aquí que Peralejos continúa sin industrias contaminantes, que los vertidos domésticos, si antes eran insignificantes, hoy lo son menos o parecidos al haber descendido su población; ni con mucho nos reunimos a lo largo de la temporada el mismo número de pescadores que lo hacían en la década de los setenta y hasta mediados de los ochenta (y cada vez somos menos); el número de capturas permitido (donde están permitidas) se ha reducido a tres; la medida mínima se ha aumentado hasta los 24 cms.; se ha mantenido o incrementado el número de cotos, algunos de ellos en régimen de captura y suelta y bajo este mismo régimen se administran otros tramos libres del río; se ha prohibido el cebo natural y el pez artificial y se ha reducido a un único anzuelo la potera tradicional de la cucharilla; se ha impuesto por fin y afortunadamente el criterio deportivo de la pesca casi de manera general, de modo que las capturas se devuelven al agua. Entonces, ¡¿dónde c... están las truchas?! Es la Administración quien tiene las respuestas, sin duda, pero las guarda en absoluto secreto o las mantiene con acceso restringido o especializado mientras se dedica a tirar balones fuera redactando leyes de vedas que apuntan como dardos al pescador, a la sistemática restricción de su movilidad en el río. Y tales leyes, siempre prohibitivas, jamás creativas, no podemos sino traducirlas como una implícita acusación dirigida al pescador deportivo, como si éste fuera finalmente (aunque una brevísima reflexión nos disuada de lo contrario) el culpable de la degradación de los ríos. ¿Falta de imaginación? Por supuesto; pero también una política, por muchos motivos falazmente conservacionista, que no puede ser sino ideada por agentes técnicos que ven los ríos, cuando los miran, en los mapas, pintaditos de azul. ¿O es que acaso pasan de todo para no pasar de moda?
Que conste que algunas de las preocupaciones aquí expuestas fueron remitidas por escrito a los Servicios Administrativos pertinentes y que su respuesta fue un mero acuse de recibo; algo ocioso, vamos. Y que otras prácticas relativas al uso de los caudales del río están denunciadas ante los Tribunales.
Que conste que la preocupación social de las autoridades municipales de Peralejos por la situación que sufre el río Tajo y la merma en la economía que consecuentemente ha supuesto, fue también comunicada a las Administraciones competentes. ¿Su respuesta?
Que conste, por fin, que podrían debatirse con matizador detenimiento esas y otras cuestiones y que la inapreciable experiencia de los pescadores y de las Sociedades en las que aúnan sus criterios, acumulada durante muchos años, debería ser considerada con la justeza e interés que sugiere. Al fin y al cabo, somos ciudadanos administrados, pero con los impuestos que cedemos a los administradores, y la parte correspondiente a este asunto, por escasa que sea, no la vemos invertida por ninguna parte. Tenemos ideas, ¡faltaría más! Sin embargo, se extiende con penosa reiteración y catastróficas consecuencias el ejercicio de una política fluvial y piscícola reveladora de un discurso al más puro estilo despótico-ilustrado: “’Todo’ para el pueblo pero sin el pueblo”.
Una última pregunta: ¿Será necesario tomar otra Bastilla? Respuesta: ¿es broma?

5 comentarios:

Lasmoscasdepaco dijo...

Hola Manuel, que tal.
Mi nombre es Francisco Lopez y algunos en este mundillo de la pesca me conocen con el apodo de "LasmoscasdePaco".
Al igual que tu soy un enamorado del rio Tajo, de sus truchas esquivas y de su pesca, por mas decir de su pesca a mosca seca.
Llevo muchos años pescando el Alto Tajo, probablemente mas de 20 y en el devenir de todo ese tiempo he apreciado lo que tu comentas.
Aquellas granes truchas que habitaban el Alto Tajo y que hoy en dia son tan escasas como los diamantes (haberlas haylas).
Apoyo tus palabras cuando dices que uno de los grandes males de este rio es el furtivismo y, mas aun el furtivismo de sus grandes truchas. otros grandes males tiene, como la electrica que pasea de vez en cuando, el caolin que tapo los frezaderos.
Manuel, donde quedan aquellas grandes eclosiones que se producian en el rio??? hace años que no veo una abundante eclosion de olivitas de verano, o de niger, de danicas o de grandes tricos. El año pasado fui afortunado en contemplar al trasluz de la luz de la luna una bonita eclosion de oligorunellas (años que no lo veia) y este año tan solo de micro-tricos.
Pese a todo introducirte en el querido rio Tajo, pescando y fundiendote con el rio es una de las mejores sensaciones que aun disfruto.
Te animo a que sigas pescando este maravilloso rio y a ver si alguna vez coincidimos echando varadas en el mismo.
Me ha encantado encontrar tu blog y este apartado del Alto Tajo.
Saludos.

Anónimo dijo...

Hóla:
En la "radiográfia" que haces del Tájo,faltán detalles (más que importantes),como por ejémplo el gráve asunto de las 3 explotaciones minéras a cielo abierto, de caolín,y el crecimiento desmedido de Perálejos ( "o Perátomarpor....", por supuesto vigiláncia para esas "4" trúchas que le quedán,y un ruego a los "gúrus" del Tájo: dárle bastante menos publicidad a los sitios,a tráves de esas muestras de sabiduria mosqueril,púes con los tiempos que padecemos;es un gran fávor a cauces que pudieran tener cierta recuperación

Lasmoscasdepaco dijo...

Hola.
Yo creo que el relato queda un poco en el pasado. Junio de 1969 queda un poco lejos, había muchos “paraísos trucheros” y no hacía falta llegarse a lugares tan remotos para disfrutar de ríos y truchas. Pena que en aquellos momentos la pesca conservacionista fuera tan solo embrión.
El 2002, cuando apareció el libro (que por desgracia soy incapaz de conseguir) también quedo atrás. En esta ocasión y hablando del Alto Tajo en general puedo decir que afortunadamente, pues fueron fechas que pescadores de todo tipo mataban muchas, muchas truchas. Momentos en los que los “gurús” dejaron de acudir al rio al considerarlo casi agotado de truchas.
El 2010 es otra historia y, el Alto Tajo rebrota de sus ascuas. Gracias a los “gurús” y a los conservacionistas se denuncian y remite el vertido indiscriminado de caolín al rio, aumenta la pesca conservacionista, se denuncia el furtivismo y se realizan acciones prácticas en ayuda a las truchas tales como limpieza y creación de nuevos frezaderos. Esto propicia que por casi todo el Alto Tajo la mejoría del rio y de la población de truchas sea palpable.
Desgraciadamente donde esto no ocurre es precisamente donde la pesca de los “gurús” queda restringida vía cotos de pesca y, al contrario de lo que ocurre por doquier en el Alto Tajo, la zona de Peralejos cada vez esta más esquilmada, precisamente por la pesca alevosa y furtiva y en gran medida por la presión de los furtivos ribereños.
No, no puedo aceptar el silencio sobre el Alto Tajo y que este vuelva a ser coto privado de furtivos. Prefiero que sus orillas sean transitadas por esos “gurús” que dices y que con su presencia y actos alejen a los furtivos de las aguas.
LasmoscasdePaco.

Anónimo dijo...

Bien dicho Paco. estoy contigo al cien por cien. Te felicito por tu trabajo en el Blog.

Anónimo dijo...

Hola....nadie habla de las minicerntraless de Peralejos y la de la hoz seca que o no tienen escalas o están en tan mal estado que son completamente inoperativas.
Y creo que estas cortan el flujo de truchas a lo largo del río y con ello la diversidad genética y la posibilidad de volver a los frezaderos donde nacieron.
El Tajo en su parte alta tiene tres obstáculos imposibles para las truchas, las dos minicentrales y el salto de poveda