jueves, 20 de agosto de 2009

Arte útil


El Melli en medio del río Cinca, en el coto de Enate (Huesca), 28 de diciembre de 2007

Dice mi amigo Melli que las truchas que están habituadas a ver ciertas cucharillas, llegado el momento de un ataque, muchas “pasan olímpicamente” de ellas. El Melli se fabrica su propias cucharillas sin muerte y ha llegado a elaborar un muestrario amplio de dibujos y colores para las palas de cualquiera de sus números, ya sea el 1, el 2 o el 3. Un amplio muestrario, digo, porque las variantes llegan a ser infinitas y, muchas veces, dan a ese señuelo un aspecto verdaderamente decorativo que nada tendría que envidiar a la habilidad artística que los montadores de moscas muestran para sus imitaciones y creaciones. Esas palas del Melli prefiguran un mosaico de miniaturas en el que aparecen colores planos nunca vistos y en sus diferentes matices brillantes o mates. También la combinación de estos colores planos con rayas, trazos al desgaire de gestos impresionistas, o el amontonamiento de veladuras cromáticas, entre las que sobresale un tono azaroso producto de una mezcla impensada, u otro diseñado con premeditado fin, le conceden, en este su manejo de las técnicas del expresionismo abstracto, del puntillismo, del naïf... una dimensión pictórica y, a la vez, práctica: podríamos llamarlo sin apresuramiento arte útil, porque El Melli, haciendo bueno su aserto, comprueba cómo el índice de picadas aumenta sensiblemente con el uso de estas sus cucharillas respecto al de las convencionales. Claro que yo no sé si El Melli querrá que haga pública revelación de su secreto; lo hago porque confío en su alto sentido de la solidaridad y él –seguro estoy- me lo autoriza.Me pregunto si las truchas tendrán un sexto sentido estético, un qué sé yo desconocido que las haga todavía más seductoras y sean capaces de distinguir el arte bueno del malo (valga la broma, amigos); pero el instinto, esa cosa indefinible de nuestro comportamiento (aunque lo haya definido la razón), es muchísimas veces un impulso dado por el resorte de la curiosidad, una curiosidad instintiva que nos ha hecho (no sé si acertadamente) ser superiores al resto de especies, y esto ya no es broma.
No dudo de que, en buena parte, es la curiosidad lo que informa previamente el instinto de la trucha y lo que la decide e impulsa a un ataque fulminante. Como fulminante es el instinto humano cuando se dirige al mismo objetivo. En un estado de alerta, tanto la trucha como el ser humano reconocen lo que el hábito ha ido mostrándoles en sus diferentes grados de seducción o de peligro y, en la misma medida, reaccionan con más o menos prevención; con más o menos enérgica réplica; con más o menos experiencia vital.
Por eso creo en las palabras de Melli, en su observación, en su aseveración, a la que ha llegado mediante un decidido empeño experimental, mediante una práctica de contraste que le ha dado –lo sé- estupendos resultados. Decisión, tal es el sustantivo; experimentación del conocimiento y ejercicio de la intuición, valores que defendía tan ardiente y fervientemente el Fausto de W. J. Goethe, dan buenos frutos, excelentes resultados. Yo soy partidario de esa curiosa andanza entre los materiales tradicionales ya en desuso para buscar y –acaso- encontrar un chisme, un viejo señuelo empleado para otras clases de peces, cachibachillos con los que montar una ninfa irreconocible... y probar, ensayar en el laboratorio del río y ver qué es lo que pasa. A veces nos sorprendemos tanto con una captura en tales condiciones y con semejantes desechos que la creemos transitoria, ocasional e irrepetible, y no repetimos. Se nos olvida “aquella vez”. No es el caso de Melli, que insiste y acierta y, de su perseverancia, extrae conclusiones definitivas que aplica luego como quien lo hace con una vacuna. Me imagino yo a mi amigo acercarse al río con esa seguridad que da la certeza del acierto y la vanidad íntima que adornará sus pesquisas en el agua a sabiendas de que, en cada lance, detendrá la mano del pintor curioso, del contumaz experimentador, y pondrá en marcha el tactillo de los dedos sobre la manivela nerviosa y ducha ya en arranques súbitos y bruscas detenciones. He ahí el resultado original de una vocación irrenunciable; he ahí el fruto de una ciencia básica nunca ponderada y, sin embargo, resoluta. Claro, que los colores y sus combinaciones sólo El Melli los conoce. ¡Ah, la pesca!